El legado de Padre Sol
Alegre, humilde y sabio, el último ayahuasquero cocama del Amazonas colombiano no tiene quien le herede: ni hijos ni nietos han querido aprender. Fiel a las enseñanzas de su abuelo, cocina su remedio sin chacruna, el visionario compañero de la ayahuasca. “Me interesa la curación, no la alucinación”. ¿Desaparecerá con él otra original expresión del conocimiento indígena?

Rogelio Carihuasari fue bautizado con ayahuasca por su abuelo, sin embargo, no ha transmitido este conocimiento a su descendencia.
Texto y fotos por Carlos Suárez Álvarez
Publicado originalmente en el número 169 de la revista Cáñamo, enero de 2012.
En la oscuridad de la maloca, don Rogelio Carihuasari y su paciente conversan de dolores y remedios. La mareación ha remitido; les ha dejado abiertos a la comunicación. Recuerdan a otros visitantes y sus enfermedades, miedos, reacciones, agradecimientos. Yo permanezco tendido, recobrando la sobriedad, a disgusto con algo que sobra en mi interior y no ha salido: un mal pensamiento, un desecho en mi aparato digestivo. Ruidos de la noche: sapos, grillos, pájaros. Don Rogelio: “Las plantas no es como la medicina occidental, que esto es para tu riñón, éste para tu cerebro… Y al final si éste viene para el cerebro, de pronto te causa daño en el corazón o la vista o lo que sea. Pero la ayahuasca, que me gusta mucho a mí, no se sabe hasta dónde cura: si te duele un hueso te cura, si tienes algunas glándulas inflamadas te cura… La planta te cura todo tu cuerpo y funcionas, mejor dicho, bien. Es la mano del creador que está en tu cuerpo”. Un último canto para cerrar la ceremonia. “Si sobró algo vamos a vomitar otra vez. Pero ya poquito. Ya se ha pasado la mareación”. Movimiento de chacapa (sonajero de hojas secas); silbido melódico; tarareo; y…
Gracias abuelito,
por estar aquí.
Chuma medicina,
chuma, chuma.
Ayahuasca está tomando.
Toma medicina,
toma, toma medicina.
Ahí viene luz,
vamos ya de aquí.
Ahí viene luz,
vamos ya de aquí.
Ninguno de los elementos de este sofisticado conocimiento curativo es folclórico, ornamental: en el momento en el que el maestro comienza a cantar, al ritmo de la chacapa, la mareación (que había remitido) retoma mi cuerpo provocando intensos bostezos y náuseas. ¿Cómo puede la música desencadenar la limpieza? Vomito lo que quedaba dentro, echo algún mal humor. La música cesa; escucho: “¡Ay, abuelito! ¡Gracias, abuelito!”. La voz suena a lamento.

Junto a su paciente, Anitalia Pijachi, en los momentos previos a la ceremonia, encendiendo un cigarrillo. El tabaco está presente en todo el proceso curativo.
resistir al despojo
Lamento por el esplendor perdido: en tiempos míticos los Cocama convivían con Padre Sol, que les enseñó a cazar, pescar, hacer casa o sembrar… A vivir. Hecho esto partió, dejándoles a su mujer, la sentimental Yuratamia, siempre llorando, Madre del Agua (Vida), con forma de Anaconda; y a la hija de ambos, Panisita, bondadosa mediadora en las disputas, convertida en Ayahuasca, remedio de males, maestra de doctores. Con la protección de estas divinidades y los conocimientos adquiridos, los antiguos Cocama dominaron el curso alto del río Amazonas durante siglos.
Luego la colonización, el desastre. “Mataron a nuestros abuelos, y recogieron a nuestros niños. Lo primero que han hecho es acabar con los sabedores, porque los viejos son los que sostenían la guerra: hay que matar a esos viejos, hay que coger a los niños y meterles a un lugar de capacitación para voltear la cultura”. ¿Habla don Rogelio de la conquista (genocidio), de los misioneros (agentes), sus reducciones (campos de concentración) y su evangelización (adoctrinamiento), de las expediciones de castigo (masacres)? Como si hablara de las escuelas estatales de hoy (banderas, himnos, constituciones), de la sociedad moderna de profesionales excitados, del desprestigio de los viejos sabedores (inútiles).
Los hijos de don Rogelio, aunque tomaron ayahuasca desde pequeños, no quisieron aprender los misterios. “Ninguno. No quieren nada. Lo que quieren es estar mirando televisión. A veces como hay trabajito, tengo un grupo… Pregunto: ‘¿Quién va a participar? Porque tu mamá está cansadita y quiero que alguien…’. ‘Yo no quiero’. ¿Qué vamos a hacer? No es obligatorio”. No es obligatorio; exige sacrificio y renuncia, compromiso sincero. El conocimiento se pierde, resignación: “Todo lo que pasa es obra divina. Dios no ha querido que ese conocimiento fluya para que… ¿Para qué quizás?”.
Recuerdos nostálgicos: la maloca del abuelo, en algún lugar del río Amazonas entre Iquitos y Leticia, años cuarenta, siglo XX. “Todos en ese tiempo éramos bautizados con ayahuasca. Hacen cantar a la ayahuasca, y le agarran y le ponen en la frente, en la planta del pie, en la mano y en el pecho”. Un modo de vida autosuficiente, ya amenazado por la economía de mercado y sus mercancías: hachas, telas, agujas, escopetas eran de uso común… Los patrones con sus negocios: extraer (destruir), dinero, esclavizar, desplazar, desintegrar. Los misioneros a lo suyo: reprimir, convertir. Pero el abuelo aún se paseaba entre las casas familiares, curando: “Por allá faltaba la leña, por allá faltaba el pescado, la carne… Por allá una discusión con la hermana. A él mismo ya le querían decir cualquier cosa. Entonces decía: ‘No. Entró el mal espíritu. Tenemos que arreglar esto’. Y se iba a traer su ayahuasca”. Preparaba el remedio, citaba a toda la familia en la maloca, hablaba: “La vida está mal porque estamos olvidando a nuestro dios. Hay un mal espíritu. El Padre Sol mandó la ayahuasca para que cuando esté así la maloca, todo se arregle en esa forma”. Y daba de tomar a viejas y bebés, niños y mayores. “Empezaba a mover su hojita… Durante tiempo que estaba en acción la toma, él no para de mover su hoja, cantando. ¿Por qué? Porque esa hoja está conjurada, es una escobita que está limpiando el cuerpo de todos, por eso vomitan y botan todo. Y canta y canta y canta. Hasta que ya todos han vomitado, para de cantar, agarra su tabaco, está fumando, está cuidando su gente. Va soplando, soplando, soplando”. ¿Mágico-religioso? ¿Cotidiano-prosaico? “Eso era mantener el pueblo en buen estado sin problema. Para eso tomaban los viejos antiguos y daban a la gente”.

Don Rogelio vive en la orilla colombiana del río Amazonas, cerca de la comunidad de Santa Sofía.
Y el niño Rogelio: bautizado con ayahuasca, curado y, un día, aislado en la chagra: no podía hablar, no podía relacionarse más que con su abuelo, no podía comer ¡tantos alimentos! Dietando, aprendiendo a curar, tomando, ayahuasca, soñando: “La madre de la ayahuasca no tiene comparación. Cuando ella te muestra la cara, su cuerpo, su belleza, usted no puedes ni mirar. Yo seguía tomando ayahuasca con mi abuelo. ‘Ya te va a llegar, sigue dietando’. ‘¿Cuál será esa ayahuasca?’ Entonces yo hice una toma y el ayahuasca me abrió la alucinación: yo estaba parado en la orilla de un mar tranquilo y me doy cuenta de que venía un deslizador, con una velocidad grandísimo. Al llegar a playa se paró y se formó esa hada desconocida. No puedo comparar su belleza. Caminó y llegó y me tocó la cabeza. Me miró… Yo sé que se ha reído porque yo no alcanzaba a mirar, porque no aguantaba. Y me dejó. Segundo día yo conté a mi abuelo. ‘Ya te llegó hijo. Cuando te tocó en tu cabeza te vino a hacer tu regalo, pero no debes curar todavía’”.
Pese al don, el muchachito no continuó con su preparación: protegido por la planta (atractivo); sacudido por las ansias de la pubertad (tentado). “Uno quiere las peladitas y cuando tu cuerpo está bien protegido, ¡cómo vienen las mujeres! Te cariñan… Viejas. Muchachas. ¡Ay, no sé qué! Tu cuerpo está atractivo y uno ya de once años… ¡Pucha, carambas! Ya es otra vida. Ya estás entrando en la adolescencia, necesitas más salidas. Ya el hombre… Por eso de adulto no se puede aprender. Usted puede estar metido seis meses en esas condiciones pero en cinco minutos te desbaratas”. Le dio la espalda a su abuelo el día que una mujer se lo llevó a la chagra… Las niñas y las viejas le buscaban a la hora del baño… Una tarde los “encontraron, pero encontraron, jajajaja”… Y el muchachito (seductor sin querer), no pensaba en dietas ni plantas, copulaba y copulaba: embarazos por aquí, maridos furiosos por allá. Ayahuasca, radical afrodisíaco: “Te quedas como el gallo. Te quedas como una viagra, verraco. Superior a la viagra porque la viagra es para un rato y una ayahuasca te mueve todito el cuerpo y empiezas a quedar… ¡Carambas! Para trabajar todita la noche”. Y claro: salió (despedido) de su pueblo. Se movió: la selva en múltiples dimensiones: ríos, ciudades, países… Diecisiete años experimentando, madurando; luego el retorno al pueblo familiar, y la estabilidad: una mujer, hijos, chagras, trabajos, dinero.

Don Rogelio y su esposa, desayunando caldo de pescado.
UN DESCUBRIMIENTO
Con el nacimiento de sus hijos, don Rogelio, que no había tomado ayahuasca desde que se separó de su abuelo, se reencontró con el remedio. “Cualquier enfermedad pequeñecita, yo les curaba. Cuando el muchachito lloraba. ¡Pucha! ¡Tu tabaco! ¡Brrrrr! ¡Tatatatatata! La medicina que viene”. Durante décadas, el remedio quedó restringido al círculo familiar, hasta que a finales de los noventa una viajera europea permaneció en casa de don Rogelio varios días. Una de la noches, don Rogelio curó a su hijo; la mujer descubrió la ceremonia; preguntó; pidió tomar… Se fue contenta, comunicó su hallazgo a los amigos, hubo más visitas, siempre “por referencias”. Y de manera regular, desde Australia, Cataluña, Argentina o Japón, comenzaron a llegar a la comunidad de Santa Sofía preguntando por don Rogelio. Esta inesperada afluencia tuvo como consecuencia el intento de montar un negocio turístico, con infraestructuras, leyes y registros (y representaciones folclóricas). Hoy el “complejo” está deteriorado y don Rogelio ofrece humildemente su casa y su cocina, su quehacer cotidiano.
Sorprende la energía de don Rogelio, que ya ha pasado de los setenta: miembros musculosos, trabajo incansable, perpetuo buen humor. Cada verano sigue abriendo chagra para alimentar a la familia: tumbar monte, dejar secar, quemar, sembrar… Le gusta trabajar sin ropa, apenas con las botas de caucho y un calzoncillo (taparrabos). “Cuando yo conseguí mujer y tuve mis hijos, desde entonces tengo que hacer chagra, darles de comer. Por eso siembro mis frutales, para que cuando yo me vaya algo les quede”. La tierra alrededor de su casa es muy fértil: suelos de várzea que el río Amazonas anega durante un par de meses en invierno, enriqueciendo la tierra con los sedimentos que carga desde Los Andes. Tiene varias hectáreas en producción: yuca, maíz, arroz…
También ayahuasca: en su busca caminamos por sus rastrojos (antiguas chagras). Encontramos un árbol en la espesura abrazado por una soga, no tan gruesa ni tan vieja. Don Rogelio la mira atentamente, buscando el pedazo adecuado. Fotografío. Está concentrado, hierático. Enciende un cigarrillo: “A la ayahuasca no se puede recurrir en vano. No se puede llamar a estos seres sin una buena razón. No puede ser una burla”. Vuelve a soplar humo: “El tabaco es un regalo a la mata”. Entierra la colilla al pie del árbol. No cortamos de ahí, seguimos buscando. Más terrenos antiguamente trabajados por Rogelio; llegó a tener produciendo hasta cincuenta hectáreas. Otro árbol, otra soga le abraza: el cigarrillo, las sopladas. Esta vez sí cosecha, un pedazo delgado y no muy largo; suficiente para la ceremonia que vamos a celebrar.

“El tabaco es un regalo a la mata”, dice don Rogelio después de soplar el humo.
CURAR, NO ALUCINAR
El golpeo comienza a las cinco de la mañana: el martillo, contra la soga, sobre el yunque. “Para trabajar éste de aquí, usted no debe tener interrupción de nada. Duermes tranquilo, amanece el día, cinco de la mañana, agarras tu tabaco, te soplas, empiezas a machucar. No necesitas gritos de muchachos: ‘¡Ah, caramba! ¡Váyase de aquí!’ ‘¡Ah, mujer!, ¿por qué no ves dónde…?’ Nada, nada… Estás trabajando con tu corazón noble, con la esperanza de que ese remedio… ¿Cuántas personas quizás van a tomar? Pero es una esperanza de que cuando toman les va a ir bien, no les va a ir mal. Yo siempre digo que decía mi abuelo: ‘El espíritu es correcto, nosotros somos malos. Y si vamos a estar pidiendo que ese poder divino se acerque, ojalá que tu corazón esté noble, contento, alegre, abierto para recibir ese poder’”.
En la olla: cigarrillos desmenuzados sobre la base, sogas machucadas, agua de lluvia. Fuego. Un ingrediente ausente: la chacruna, portadora de la molécula mágica DMT. Para don Rogelio (como para su abuelo) es de carácter menor: “La chacruna es el perfume de la ayahuasca; es una purguita que le acompaña para darle un algo… de una forma noble. Yo no pongo. Mi ayahuasquita nada más. Es que a mí me interesa solamente curar y la chacruna es un algo para alucinar; pero alucinas noblecito. También te cura, es un remedito. Pero el que encabeza es el ayahuasca”.
La infusión se cocina; se retiran los restos vegetales con un colador; se pone otra vez al fuego. El remedio adquiere su densidad y color característicos. Don Rogelio permanece absorto hasta que súbitamente rompe su mutismo con un alegre: “¡Qué bonito! ¡Muchas gracias!”. Y luego: “¡Lindo, lindo, lindo!”. Se sienta junto al fuego, fuma un cigarrillo, bota el humo sobre la boca de la olla. Luego traza círculos con ambos brazos por encima. Finalmente silba una melodía. “¡Qué bonito!”.

La preparación de la bebida exige tranquilidad, buen ánimo y toda una serie de gestos rituales.
Transcurre el día, comida ligera, llega la noche. A las siete nos sentamos alrededor de don Rogelio. Tiene por costumbre conversar con sus pacientes hasta las nueve, cuando calla el generador de la cercana comunidad. La toma requiere silencio, oscuridad. Es luna llena pero la maloca sin ventanas nos protege de la luz. Don Rogelio, sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, los ojos cerrados y el tono solemne, agradece a su abuelo, a la divinidad, y relativiza su mérito: “En el mundo dicen que yo soy el maestro, el chamán…”, deja volar una risita. “Mi pobre conocimiento ha llegado a un punto que yo no esperaba pero agradezco esto profundamente… Será por algo: alguien se ha sentido bien, ha adquirido algo que necesitaba. Pero yo no soy el que manejo, porque la planta toda la vida te maneja a ti; sinceramente nosotros no curamos, es la planta, el espíritu”.
Nos pide encarecidamente que prioricemos, que nos concentremos en un problema: “De tantas necesidades que tenemos hay alguna que es superior para que nosotros no seamos felices. Eso es lo que ustedes tienen que decir: ‘Ése es mi problema’. Y con bastante fuerza yo les advierto: ustedes vencen ese problema prioritario que no les deja ser feliz en la vida y del resto ya no hay más problemas porque al vencer esa dificultad han vencido todos sus problemas”. Recalca con gravedad que la eficacia del tratamiento depende del compromiso del paciente: dieta alimenticia en los días siguientes y tres semanas de abstinencia sexual. “Cualquier persona que toma esto y no le cumple queda hasta leproso, y ¡vaya a que te curen! Por favor, si tienes dudas no lo hagas. El que tiene dudas lo hace burlándose de la planta. Su burla no le va bien, es un daño que él mismo se está causando. Si usted falla, no dieta bien, te brotan manchas, te vuelves alérgico, te puede causar cualquier daño en tu cuerpo. Eso es muy malo”. Sus advertencias preparan el ánimo.
Llega la hora. Vierte ayahuasca sobre un vasito: sopladas de tabaco, cantos. “Un minuto de silencio total, de descanso de nuestra mente, para poder entregar nuestro problema de la mano de nuestro creador, para así estar libre de todo y hacer lo que estamos haciendo: poder tomar esta sustancia de esa planta bendita que nuestro padre dejó”. El momento decisivo: “No se vayan a equivocar. No estamos jugando. Mucha gente ha venido a vernos. Yo lo que quiero es preguntarles si es que verdaderamente van a tomar. Es muy importante que lo digan. ¿Sí o no?”.
Sí.
La toma.
El canto.
La limpieza.
Y el lamento: “¡Ay, abuelito! ¡Gracias, abuelito!”.