De curandera de pueblo a chamana global

En la era del “renacimiento psiquedélico”, la matriarca shipiba Justina Cerrano ha alcanzado la prosperidad gracias al trabajo con la ayahuasca, una bebida visionaria del Amazonas de propiedades antidepresivas que genera un negocio turístico de 60 millones de dólares al año.
Antes de cada ceremonia, Justina Cerrano sopla humo de tabaco sobre cada uno de los participantes para darles protección. En el centro de curación espiritual Arkana, cerca de Iquitos. 
Texto y fotos por Carlos Suárez Álvarez
Publicado originalmente en eldiario.es, en marzo de 2024. Este reportaje fue producido con apoyo del Amazon Rainforest Journalism Fund, en colaboracion con el Pulitzer Center. 
Hace cuarenta años, antes de que la ayahuasca se convirtiera en un fenómeno global, Justina Cerrano trabajaba como curandera para sus vecinos de Vencedor, una comunidad shipiba del río Pisqui, en la Amazonia peruana. Entonces, tuvo una revelación: “La ayahuasca me dijo que me buscarían desde todo el mundo y me llevarían a otros países. Mis sueños se están cumpliendo”. Hoy, Cerrano es el alma del Centro Espiritual Arkana, un establecimiento especializado cercano a la ciudad de Iquitos, meca internacional del chamanismo ayahuasquero, en el que “la maestra” oficia ceremonias para visitantes extranjeros. La noche anterior tomó ayahuasca con una veintena de estadounidenses, eslovenos, holandeses o tailandeses, y entonó sus bellos cantos hasta la madrugada. Está cansada, pero satisfecha, por el agradecimiento que recibe, y por el salario: “Me alegra ganar ese dinero trabajando con la ayahuasca. Lo hago por mi familia”. 

Ayahuasca, un amargo brebaje de propiedades visionarias que resulta de la cocción de una liana del mismo nombre y otras plantas, y cuyo potencial terapéutico la ha convertido en objeto de un sorprendente fenómeno. De acuerdo a un reciente estudio del International Center for Ethnobotanical Education, Research and Science (ICEERS), una fundación que promueve el consumo responsable de la ayahuasca en contextos occidentales, en 2019 funcionaban en la Amazonia (especialmente en Perú) y Costa Rica 232 establecimientos turísticos especializados que habrían recibido, solo en ese año, a más de 60.000 personas, para un negocio cercano a los 60 millones de dólares. Pero este turismo sería solo una minúscula parte del panorama. Según ICEERS, a día de hoy, más de cuatro millones de personas habrían probado la ayahuasca en todo el mundo, y solo el 10% pertenecerían a pueblos indígenas amazónicos.
En la comunidad shipiba de Vencedor, en la Amazonia peruana, la maestra Justina prepara un remedio vegetal para una de sus enfermas.
EL MODESTO OFICIO DE CURAR
Lejos de ese movimiento queda la comunidad shipiba de Vencedor, donde la maestra Justina nació hace 65 años y donde, cuando no está en Arkana, sigue viviendo. Es la única curandera de este idílico pueblo de 300 personas, y la más reputada de la región. Mientras permanece en Vencedor, un flujo incesante de enfermos llega desde localidades vecinas. “No puedo negarme cuando vienen pacientes, he aprendido para ayudar”. Los acoge en su casa, siempre concurrida, y asume, por vocación, su tratamiento con remedios vegetales. La paga, escasa: “A quienes son de mi cultura shipiba, yo cobro la voluntad”, explica. “Si son mestizos, les cobro según el trabajo”. 

El rol que especialistas como Justina Cerrano desempeñan en la atención primaria en salud dentro de sus comunidades es fundamental: “Las medicinas tradicionales de calidad, seguridad y eficacia comprobada”, explica el documento Estrategia de la OMS sobre medicina tradicional 2014-2023, “constituyen para muchos millones de personas la principal fuente de atención sanitaria, y a veces la única”. En Vencedor, el puesto médico, recientemente inaugurado, permanece cerrado parte del año, sin profesionales y sin medicamentos. 

Ródano Vega, jefe de la comunidad, denuncia el “olvido” en el que están los pueblos del Pisqui. Entre sus reivindicaciones resalta el mal estado de la institución educativa. “Nuestros niños tienen los mismos derechos que los niños de la ciudad a tener una buena escuela”, denuncia mientras muestra una construcción de tablas ya podridas. “Nuestros hijos podrían hacerse daño aquí, estamos preocupados”. La importancia que los shipibos conceden a la educación es reveladora: a nadie se le escapa que la integración en la economía de mercado es inexorable y que el estudio es imprescindible para afrontarla con éxito.
Justina Cerrano, su marido y uno de sus hijos, posan junto a una liana de ayahuasca, en el pueblo shipibo de Vencedor.
EL NEGOCIO DE LA AYAHUASCA
El chamanismo ayahuasquero es el único conocimiento propio que ha permitido a los indígenas de la Amazonia adquirir una posición económica privilegiada. La maestra Justina explica que su objetivo es que sus hijos y nietos sean “profesionales” y, de esa manera, “no sufran”. La tradición matriarcal del pueblo shipibo se manifiesta en esta notable mujer: madre y abuela, cocinera y cuidadora, proveedora de dinero y mentora de su marido, hijos, sobrinos y yernos. A todos les enseñó a curar y ahora la acompañan en Arkana, disfrutando asimismo de un buen salario. 

Esta prosperidad sería imposible sin el concurso del mexicano José Sáenz, fundador del Centro Espiritual Arkana. Sáenz, 50 años, estudió un MBA en Harvard y trabajó durante años en México en el sector hotelero hasta que sufrió un colapso depresivo en 2013. Viajó a Iquitos para probar la ayahuasca: “Fue una experiencia llena de sanación”, recuerda. “En una semana logré lo que me hubiera costado años atendiendo una terapia convencional”. Impulsado por su experiencia, en 2016 abrió en las cercanías de Iquitos Arkana, “un centro de sanación que utiliza medicinas naturales, donde la gente viene para tratar las afecciones del mundo cotidiano: depresión, ansiedad, adicciones, traumas, abuso sexual, algunos también vienen buscando una guía en su vida”. Posteriormente, animado por el éxito de su propuesta, Sáenz abrió un segundo centro en Cuzco y otro en México. 

El coste del retiro de una semana en el Arkana de Amazonas es de 2.280 dólares, elevado en comparación a la media, pero que, según Sáenz, sirve para garantizar unos estándares altos de seguridad. Aunque la ayahuasca es considerada por los investigadores una sustancia fisiológica y psicológicamente segura, en los últimos años se han producido varias muertes en centros de retiro de la Amazonia, como la del joven neozelandés Matthew Dawson-Clarke, fatalmente intoxicado por una infusión de tabaco; o la del británico Unai Gomes, que sufrió un brote psicótico y atacó a uno de sus compañeros de retiro quien acabó con su vida en defensa propia. Para evitar estos sucesos, Arkana cuenta con un proceso de admisión para constatar que los clientes no padecen problemas cardiovasculares, esquizofrenia o trastorno bipolar, y no consumen medicamentos contraindicados; además, las ceremonias se realizan en un espacio controlado por varios facilitadores y personal de seguridad; finalmente, tras el retiro, los participantes disponen de un servicio de integración cuando regresan a casa. 

Los vecinos de Libertad, comunidad aledaña a Arkana, también se benefician. “Una bendición”, afirma el comunero Daniel Panduro, contratado como jefe de seguridad, anteriormente, pescador. “Quince años atrás agarrábamos 40 kilos de pescado por noche. En los últimos tiempos, solo cinco”. El 70% de las familias de Libertad han dejado de explotar el bosque para atender turistas en condiciones laborales poco comunes en la selva peruana. “Gracias a Arkana, muchas personas comenzaron a arreglar su vivienda, a comprarse algunas cosas como motores. Nuestra condición de vida mejoró”.
La ceremonia de ayahuasca comienza con el reparto de la bebida. A la izquierda, Luis Pérez Cerrano, hijo y aprendiz de la maestra Justina, ofrece el remedio a una mujer tailandesa.
RENACIMIENTO PSIQUEDÉLICO
El éxito de la maestra Justina, que es el éxito de Arkana, solo puede explicarse en el contexto del “renacimiento psiquedélico”: un cambio de paradigma en la psiquiatría que apunta al uso de lo que antiguamente se denominaba “alucinógenos” para tratar una serie de problemas que los modernos fármacos no han podido resolver. Este mismo año, Australia fue el primer país del mundo que permitió recetar MDMA para casos de estrés postraumático, y psilocibina, principio activo presente en los “hongos mágicos”, para la depresión. 

En 2019, el doctor en Neurología Draulio Barros de Araujo, del Brain Institute de Brasil, demostró los efectos antidepresivos de la ayahuasca en ensayos clínicos, la más contundente de las muchas investigaciones que señalan el potencial de esta medicina vegetal, ya sea para la ansiedad, las adicciones o los procesos de duelo. Lo sabe bien Luke, un estadounidense cercano a la treintena que trabaja como facilitador en Arkana. A los ocho años le diagnosticaron depresión; a los 12 se enganchó al Xanax; a los 21 comenzó a beber sistemáticamente: “Desde los 21 años hasta los 28 no hubo un solo día en el que no me emborrachara”, confiesa. Entonces, al borde del suicidio, decidió probar la ayahuasca, primero en Denver, Colorado. “La experiencia cambió mi vida”. Luego viajó a Arkana, pasó un mes como paciente y, poco después, fue contratado para formar parte del staff. “No he vuelto a tomar alcohol ni ninguna otra sustancia”.
Además de ayahuasca, durante los retiros en el Centro Espiritual Arkana se administran otras medicinas vegetales.
UNA CEREMONIA
A lo largo de una semana de retiro en Arkana, se toma ayahuasca cuatro veces. Por la noche, en la maloca, se hace un silencio grave, acentuado por los sonidos de la selva circundante. Los participantes ingieren la amarga ayahuasca, dibujan una mueca de repugnancia y se retiran a sus colchonetas, donde aguardan el efecto. Se apaga la tenue luz y es entonces cuando surge el carisma de Justina Cerrano, que conduce la ceremonia a través de sus bellos cantos, secundada por sus hijos, yerno y sobrino. Una maravillosa sinfonía que, según los chamanes, modula la experiencia de los participantes y constituye “la medicina”, algo difícilmente constatable en un laboratorio. En breve, se escuchará el primer vómito y poco después alguien tendrá que ser acompañado al baño por los facilitadores; no en vano la ayahuasca es conocida en la región por el gráfico nombre de “la purga”. Con frecuencia, la experiencia resulta dura física y emocionalmente. 

Pasada la medianoche, cuando concluye la ceremonia, la luz desvela caras de asombro, entusiasmo o consternación. Meses después, procesada la experiencia, Matthew, un fontanero canadiense de 39 años, que arrastraba depresión y ansiedad desde la muerte de su madre, describe su experiencia como “muy dura”, pero señala que “la ansiedad ha desparecido, también la tristeza”. Su hermana Danielle, directora financiera, 41 años, describe una transformación vital: “Por primera vez en mi vida, sentí mi cabeza ligera y mi alma feliz. La última ceremonia fue la noche más bella de mi vida”. Brian, actor californiano, 41 años, llegó a Arkana con depresión, abuso de alcohol e ideas suicidas. “Tuve una experiencia increíblemente positiva con la ayahuasca. Ya no tengo ideas suicidas, y aunque a veces tengo días de bajón, no estoy deprimido como antes”. 

El perfil socioeconómico de los participantes en el retiro de Arkana, profesionales en su madurez, concuerda con los datos recogidos por la Global Survey of Ayahuasca Drinking, una encuesta liderada por la Universidad de Melbourne, que entrevistó a once mil consumidores de ayahuasca de todo el mundo. Según esta encuesta, la edad media de inicio en el consumo es de 30 años, y dos de cada tres personas que toman tienen un grado o un posgrado universitario, al tiempo que ocupan cargos directivos o desempeñan profesiones liberales. Además, el 94% toma en contextos rituales, bajo la guía de un especialista.
A la mañana siguiente de una ceremonia, los participantes en el retiro de ayahuasca, comparten su experiencia en grupo.
TENSIONES EXTRACTIVAS
La mercantilización de la ayahuasca ha permitido que Luke, Matthew o Brian alivien sus problemas de depresión, al tiempo que ha mejorado la situación económica de numerosas familias amazónicas, pero también enseña los dientes: para que 800.000 personas de todo el mundo tomaran ayahuasca en 2019, como señala el informe de ICEERS, fue necesario cosechar una liana que, aunque puede ser plantada, normalmente es recolectada del bosque. Las poblaciones de Banisteriopsis caapi, nombre científico de la ayahuasca, se están resintiendo: la liana comienza a escasear y el precio se ha disparado. “Antes había ayahuasca cerca de mi casa”, recuerda la maestra Justina, “pero hoy hay que ir cada vez más lejos para conseguirla”. 

La sobreexplotación de la liana constituye una amenaza más a la biodiversidad del bosque amazónico, e interpela directamente a quienes se benefician con su comercio. La respuesta de José Sáenz ha sido un acuerdo de colaboración con la comunidad de Vencedor: los vecinos han plantado 50 hectáreas de ayahuasca a cambio de salarios, un bote con motor, herramientas diversas y la antena de Starlink que hoy les permite comunicarse con familiares distantes. Para Ródano Vega, jefe de la comunidad, “gracias a nuestra maestra Justina, que tiene esos conocimientos de las plantas medicinales, están llegando todos estos beneficios a la comunidad”. 

La matriarca shipiba Justina Cerrano comparte hoy, con orgullo, un conocimiento médico que antaño era relegado a las categorías de superstición o ignorancia. Ha viajado a varios países, su vida y sus cantos están en Spotify o YouTube y, de la manera más inopinada, ha conseguido una fuente de ingresos que permite a su extensa familia afrontar el reto que supone para los pueblos amazónicos la integración en la economía de mercado. En medio de esta vorágine, se muestra inalterable y confiada, y en las noches de ceremonia, como hacían sus abuelos, conjura a los espíritus de la selva en busca de salud y bienestar.

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